martes, 21 de julio de 2009

Ciegamente

Conozco lo que significa la vista para vos. Por eso lees. Por eso me lees. Sé de los placeres que te entran por los ojos pero, a pesar de ello, te propongo un trato.
Haz de dejar los prejuicios y las seguridades fuera. Haz de desnudarte de toda fachada social, incluida tu ropa. Concédeme tu confianza unos instantes. No pasará nada que vos no quieras.
También sé que, como hombre, sueles estar acostumbrado a llevar el control (o a creerlo así).
Haz de confiar en mí y entrar en la penumbra de mi mano. Sólo una venda sobre tus ojos y otra sobre los míos y ya estamos listos para nuestro nuevo viaje exploratorio.
He de mirarte, no ya con los ojos sino con mi piel. He de aprender tu rostro con mis besos y tu piel se abre a mi tacto como un mapa que he de aprender con mi boca.
¡Vamos! Esta exploración de tu territorio nocturno recién comienza. No te reprimas. Me gusta la melodía de tus gemidos.
Tu rostro. Tu cabello que me hace cosquillas en la nariz. Tu barba de dos días. El vello sobre tu pecho agitado. La contorsión de tus vértebras ante mi tacto. ¡La contorsión de tus vértebras ante el rodar de mis dedos que las acarician como a teclas de un piano! Se estremece tu vientre al contacto de mis labios. ¡Ya pronto estallará el Paraíso!
No es necesaria la vista para navegar en este mar amante. Más bien resulta un estorbo la luz para la preeminencia del tacto.
El mapa de tu cuerpo está dibujado en mis labios. Toda la geografía de tu cuerpo está grabada en mi piel.
Quiero que me ames así, ciegamente. No me mires. Por favor, no mires y llégate hasta mi piel como un territorio nuevo para vos, una isla que haz de conocer y conquistar a tu paso de besos y caricias.

jueves, 16 de julio de 2009

Loca de amor o algo así

Ya sé que no te imaginabas nuestro final de esta manera. Tampoco creas que para mí es fácil.
¿Te acordás la primera vez que nos vimos?
Yo me sonrojé de tal manera que tenía miedo de que me descubras... ay! Me sentí tan tonta. Yo que solía ser tan fría, tan calculadora y... tu sola mirada desbarató todo mi complejo de seguridades vanas.
Sé que te mentí para acercarme a vos pero, ¿cómo iba a hacer de otra manera? Vos no dejabas a tu novia por nada. ¿Cómo ibas a ver que ella no era para vos? ¿Que era yo a quien tenías que amar? Era necesario que creas en su traición y corras a mis brazos por consuelo. Está bien: ahora reconozco que no fue para naaaada casual que yo te encuentre ese día. Fue todo una estrategia. Hacía meses que venía estudiando todos tus movimientos. Si no, ¿cómo iba a saber que todos los mediodías ibas a almorzar a ese lugar?
Me acuerdo... fue una estrategia perfecta. Un llamado anónimo a las 11:30 AM para darte la triste noticia y a las 12 AM estarías lo suficientemente vulnerable para que yo actuara. Tampoco tenías que ponerte así. Tenés que reconocer que soy muy inteligente.
Si me hubieses cuidado como yo lo merecía. Pero, no. Te empeñaste en ir poniendo distancia entre nosotros. Yo que vivía pensando en vos. Que te llamaba cada diez minutos para saber cómo estabas. Yo que despejé tu camino para tu ascenso en el trabajo con ese fatal "accidente" de tu jefe. Y vos no sos capaz de agradecer siquiera.
Lo de tu ex fue necesario, como comprenderás. Era un estorbo para nuestra relación y yo no iba a poner en riesgo nuestra felicidad. Pero, en vez de alegrarte por nosotros, no, no hacías más que recriminarme y hasta llegaste a amenazarme con la justicia. Nunca te lo voy a perdonar. Siempre pensando en ella primero. ¿Cómo no me iba a poner celosa?
Yo que te amo como nadie te ha amado nunca y que te voy a amar siempre. Sé que te dije muchas veces que mi amor era incondicional y vos no querías oírme. "Callate, callate...¡por favor!", me decías. Yo al principio creía que lo decías por amor, como si tanto amor de mi parte no fuese necesario. Yo igual insistía. Necesitaba demostrarte a cada instante lo que sentía por vos. No fue nada fácil darme cuenta de que no me querías escuchar. Encima, te encontré hablando por teléfono con otra mujer.
A mí "callate, callate". ¡¿A ella le decías callate?! No. Seguro que no. También te mentí en eso. Mi amor no es incondicional. ¿Acaso pensabas que sería capaz de compartirte? Te equivocaste y mucho.
Me cansé de perseguirte y de que me rechaces. Es tu culpa que lo nuestro no funcione.
¡Sos tan cobarde!...Ponerme una denuncia...¿Y por qué? ¡¿Por amarte así?!
Nunca supiste valorar mi amor. Es tu culpa. Toda esta desdicha es tu culpa. Si hubieses valorado el amor que siempre te tuve. Pero, no. Y otra vez, no. Quisiste escaparte de mí. Y no me dejaste otra alternativa. Por eso mi amor, mío o de nadie. Yo te lo advertí. Mío o de nadie.
(Y se oyó un disparo...)

miércoles, 8 de julio de 2009

El gurisito

La mañana se presentaba hiriente de luz solar y frío húmedo, de ese que penetra los huesos.
La helada blanca cubría la llanura y quemaba los últimos pastos del invierno.
Raquel se levantó presurosamente, abriéndose paso entre un par de críos. Encendió el fogón con los dedos entumecidos y luego hizo su pis matinal en la bacinilla con un chorro humeante, ¡casi una burla!
Ramiro, su marido, le hizo una caricia automática en la cabeza con las manos ajadas de peón de estancia. Salió corriendo al patio del rancho y llenó la pava con agua escarchada. La puso encima del fuego a calentar y aprontó el mate.
Mientras, Raquel, revolvía pacientemente la bolsa del pan recogiendo amorosamente los pocos fragmentos de pan que quedaban, miró a su esposo con un sincero gesto de costumbre. Él ni lo notó. No la miraba ya.
La pava negra empezó a humear sobre el fogón. Ramiro la agarró con un trapo para no quemarse y apuró el mate para entrar en calor.
Se sentaron en el piso de tierra bien cerquita del fuego. Raquel tenía los ojos hinchados por la falta de sueño. A la vez que le alcanzaba un pedazo de pan seco a su marido, le preguntó:
-¿Qué hacemos?
-No sé...(un largo y doloroso silencio). Yo, ahora, me voy a la estancia y pido al patrón plata adelantada. No puede ser que no haya cristiano que no se ablande con una criatura...
-Pero, si ya le pediste y te dijo que no...
-Pero voy a volver a intentar... no queda otra. Si no el gurí se nos muere...
Raquel lloraba lágrimas mudas. Hacía rato que el más chiquito ardía en fiebre, días y días. El rancho frío y los trapos para dormir no alcanzaban para calentar a un chiquito de meses. Más la falta de comida. Seguramente por eso se había enfermado. Si al menos aún tuviese leche para amamantar. Pero no. La debilidad los había alcanzado a todos y este invierno parecía ser más crudo que los anteriores en el campo del Paraje La Verbena.
Ambos tomaban mate y tragaban anudando la angustia en sus gargantas. El patrón, su estancia, las vacas todas gordas. Muchas vacas tenía el patrón. Ellos todos flacos flacos. Ramiro se curtía con el sol, el frío, el trabajo y el dolor, de sol a sol, cuidando las vacas del patrón por dos pesos locos de vez en cuando. Y pensar que sus cinco hijos casi no veían la carne. Cansado de ver cómo su familia cortaba el hambre con mate cocido y tortas fritas muchas veces, con aire las más. Le rodó por la mejilla curtida una lágrima mal disimulada. Ya no podía mirar a los ojos esa mujer tan delgada y abatida por el hambre y la amargura trasnochada. Y él, el hombre de la familia, el padre, ni siquiera podía alimentar a los "gurises". Si al menos tuviese unos pesos para llevar al chiquito al pueblo para que lo vea un médico.
Algo se movió bruscamente en el revoltijo de trapos, mantas y críos. Era el más pequeño. Se retorcía en convulsiones por la fiebre.
La madre lo tomó en brazos y lo abrazó tiernamente, tratando de curar todo dolor con su inmenso amor.
-Ya... mi chiquito...ya pasa...
Mas, no fue suficiente.
El esposo se llegó a su lado casi arrastrándose. Una nube negra le atravesaba los sesos de poca escuela y mucha vida castigada. El entendimiento le decía cosas que no tienen palabras.
Dos convulsiones y el niño dejó de respirar.
De rodillas, en el rancho de barro, con su hijo muerto en brazos, los padres rezaron el peor de los silencios en un mundo, para siempre, ausente de Dios.