lunes, 28 de septiembre de 2009

Amanda y el bailarín (II)

-Soy Amanda...-respondió casi susurrando.
En los siguientes cinco segundos que siguieron al acto de contestar, mientras empezaba a empujar la puerta haciendo crujir las bisagras, a medida que se iba ampliando la visión interior de la habitación hasta que la abrió por completo, Amanda, con varios corazones galopando en su pecho, en sus sienes y en sus nalgas, deseó y temió que ante su abrupta entrada en el recinto, el bailarín no alcanzara a cubrirse y así verlo desnudo y descubrir, al fin, sus partes íntimas.
Pero, no.
Amadeo aún se encontraba con el traje de Acteón -lo cual no era mucho decir- quitándose el maquillaje frente al espejo. Se dio vuelta rápidamente al sentir la intromisión y la miró con cara de póker y aire superior.
-¿Qué necesita, señorita?
-Conocerlo y...que me conozca.
-... -mirando el escote fijamente.
Ella se sonrojó y sonrió cándidamente. Él se apoyó en el respaldo de una silla, se cruzó de brazos y la miraba provocador desde su superioridad. Con la debida atención, Amanda prosiguió.
-Tengo una duda...
-Digame, pues...
-Yo adoro el ballet. ¿Sabe? Y le quería preguntar acerca de algo que me tiene intrigada desde hace años. Se trata de una técnica particular...-Amadeo la interrumpió.
-Mire, señorita, me parece que si quiere perfeccionar alguna técnica de ballet sería más conveniente que hable con alguna de las bailarinas. Ellas la van a poder instruir mejor sobre técnicas de baile femeninas.
-No, no,no. Yo no soy bailarina. -"Sin duda", pensó Amadeo, "con ese escote y esas posaderas"-Además, mi duda es sobre una técnica masculina.
Ahora el intrigado era él.
-Dígame, pues, entonces.
-¿Cómo hacen los bailarines para que el bulto les quede así, tan centrado y simétrico?
Al bailarín se le salían los ojos de las órbitas de los ojos. Parecía un dos de oro y parecía que iba a explotar.
-¡¿Usted está loca!?-exclamó indignado encubriendo su perplejidad acartonada- ¡¿Cómo se le ocurre preguntarme semejante cosa?!
En realidad, no era para tanto lío. Como buen artista quería guardar las apariencias y no estaba dispuesto a que sus admiradoras lo intimiden con preguntas en vez de adularlo sin parar. Por otro lado, nada le hubiese costado explicarle cómo se tiraba del escroto para cubrir el miembro y así formar un bulto impecable, centrado, sin caídas azarosas hacia un lado u otro.
Dentro del desconcierto de quien tiene pautada cada una de sus acciones, para zafar prontamente de la situación pero sin dejar de mirar ese valle profundo entre los senos de la señorita, Amadeo propuso:
-Hagamos algo. Le firmo un autógrafo y se va.
-No quiero un autógrafo.
-¿Qué quiere, entonces?
-Un beso.
El bailarín la invitó a acercarse con un gesto. Ésto ya se asemejaba a lo acostumbrado. Podía manejarlo en puntitas de pie.
Amanda se acercó lentamente. Le temblaban los glúteos como cada vez que algo la ponía nerviosa. Sus pechos zigzagueaban al compás de su movimientos. Las pupilas de Amadeo zigzagueaban al compás de los pechos de Amanda. Puso su mejilla a unos dos centímetros de la mejilla de él. Inspiró fuerte para sentir su aroma a hombre, a sudor artístico, ¿a crema desmaquilladora? (al fin y al cabo, no era un futbolista, no?). Inspiró y guardó en su memoria olfativa aquel ADN para siempre.
Entre tanto, Amadeo inspiraba el perfume que se elevaba desde el escote de Amanda. Ese escote que se abría a las fosas nasales del bailarín como los pétalos de una rosa primaveral salpicada por el primar rocío de la mañana. Esperaba el beso. Anhelaba ese beso adormilado por el perfume de la fémina pero ... no llegó.
Amanda retiró su rostro rápidamente rompiendo el halo de magia del ambiente sin llegar al ósculo.
La turbación de Amadeo no podía ser mayor.
-¿Qué pasa?-preguntó, acobardado ya.
-Usted no me conoce. Ese beso no valía nada para usted. Entonces, tampoco valía para mí. Si alguna vez desea conocerme, hágamelo saber.
Sin una palabra más, Amanda dio media vuelta y se marchó.
Amadeo no reaccionaba. De hecho, parecía que no iba a reaccionar nunca. Después de unos instantes que parecieron un lustro, corrió hacia la puerta, se internó en el pasillo, corrió, voló, volvió a correr, la encontró y, tomándola de un brazo, le dijo:
-Por favor, espere.


Continuará...

lunes, 21 de septiembre de 2009

Amanda y el bailarín (I)


Ella lo admiraba secretamente, apasionadamente, como suelen admirar las admiradoras a sus artistas admirados.
Más de una noche, y una que otra tarde, y una que otra mañana, soñó con su encuentro. Sí, no sólo quería verlo actuar, verlo bailar, flotar, volar en el escenario domesticando, domando, sometiendo la gravedad; también había soñado con ese primer saludo. Sin duda iría a saludarlo junto con el público a la salida del teatro.
Aunque ese no era un buen plan. En sus largas horas de ensoñación ella no era una admiradora más. Una parte más de la masa amorfa que en el imaginario del bailarín se simbolizada con el nombre de "público".
Amanda había esperado durante años este día. Mejor dicho, esta noche. Esa noche asistiría a la función que la compañía de ballet del bailarín Amadeo Joreutés daría en el teatro de la ciudad.
Se sentó en la mejor ubicación que consiguió: platea, tercera fila, ni muy cerca porque no se puede apreciar, ni muy lejos porque no se ve, al centro para abarcar todo con la mirada. Sintió un leve cosquilleo en su estómago y en otras partes. Empezaron a bajar las luces. Un timbre. La oscuridad. El silencio. La agonía. La música al fin y aparece Amadeo volando como un ángel endemoniado flotando sobre la música.
Amanda era transportada al séptimo cielo en cada pirueta del bailarín. Y esos músculos todos marcados. Todos. Hasta los hubiese podido contar si quisiera. Y ese culito apretado marcado perfectamente por la mínima calcita translúcida. Sin duda tenía una buena ubicación.
La función terminó. Amanda lloraba emocionada. Amaba el ballet y al protagonista del ballet de esa noche.
¿La habrá notado entre el público? Seguramente, no. Se lo veía muy concentrado.
Esperó sentada un momento para ver en qué dirección corría su suerte. ¿Saldría a saludar?
No lo hizo.
Amanda, no podía dejar la cosas así. Lo tenía tan cerca. Hubiese sido una tontería esconderse en la vergüenza y el respeto a la privacidad.
Sintiendo cómo se le agolpaba el corazón en el pecho, se dirigió subrepticiamente hacia los camarines. Halló la puerta que ostentaba su nombre, "Amadeo Joreutés". Ya no había marcha atrás. Corroboró que todo esté en su lugar: el vestido entallado color borgoña, el escote generoso pero en proporciones idénticas, las medias sanas, el maquillaje perfecto, la sonrisa dulce y, luego de aclarar la voz, golpeó la puerta diciendo:
-¿Perdón?...
-¿Si? -se oyó del otro lado- ¿Quién es?


Continuará...