Una vez hablamos de cierto desorden de la conducta que nos involucra a varios: el fetichismo del libro. Esos objetos maravillosos que son dueños de nuestros desvelos, amor y billeteras.
Como sé que ustedes son tan fetichistas como yo, les quiero contar esta experiencia personal en relación a ciertos libros y a uno en particular.
Para nosotros, los fetichistas librescos, son una suerte de bendición las librerías de libros usados. ¡Qué maravilla! ¡Esos aromas mezclados por los diferentes tipos de papel y sus diferentes edades! ¡Qué decir de esos hallazgos maravillosos que solamente pueden producirse en esos santuarios de papel!
Pero surge una contrariedad, al menos, en mi interior.
Bien sabemos que esos libros tuvieron un dueño. Si era bueno o malo el dueño, si los quería y los cuidaba, si los leía o no, no lo sabemos. Pero tenían dueño. Muchas veces encontramos libros tan hermosos ya sea por su autor, por su título, por su material, su antigüedad, lo que sea; y no podemos dejar de pensar cómo es que llegaron ahí. Cómo es que pudieron desprenderse de él por unas cuantas monedas que de ninguna manera llegan al valor real del libro. Ni hablar del valor sentimental.
También pienso en los buenos dueños de los libros y cuando compro uno que tiene las marcas de viejas lecturas, me deleita pensar en cómo habrán sido los ojos que se posaron antes en él, qué habrá pensado mientras leía su antiguo lector...
Sin embargo, los libros son eternos (casi) pero los humanos somos efímeros. Hay libros usados que definitivamente no fueron a parar a las librerías de usados abandonados por sus dueños. Es sabido que cuando se muere un fetichista libresco, sus libros incomodan a la familia. Nadie sabe qué hacer con tanto bulto y se deshace lo más rápido que puede. Si bien, esas son grandes oportunidades para nosotros (fetichistas buitres) que aún estamos vivos, no deja de angustiarme el incierto destino de mis libros.
Así, estos libros huérfanos, que van a parar sin piedad a las manos de cualquiera, son el motivo mi escrito y de mi preocupación.
De camino del trabajo a mi casa, para mi bien y para mi mal, hay una librería de libros usados. Hace un par de semanas pasé y un libro me quitó el sueño. No me atraía el título ni conocía al autor, pero tiene en su primera página una dedicatoria que versa así:
"Cuidame.
Soy parte de mi dueño,
como así también
soy parte tuya.
El Libro"
Así es que, después de unas noches de desvelo, decidí ir a buscarlo y lo encontré. Ahí estaba, esperándome aún. La novela se llama Aeropuerto y el autor es Arthur Hailey. Lo adopté y ahora es parte de mi biblioteca, al menos, mientras yo esté en este mundo.