de los que creen
que se puede cambiar el mundo
Disculpeme, señor,
por no dejarme fascinar por su galantería
sucia de plata malhabida
y su auto importado.
Más bien me irrita su triste colaboración
con la industria extranjera y la explotación.
Disculpeme, señora, por no felicitarla
por su buena voluntad.
Es que la beneficencia es la careta
que se ponen los pudientes para perpetuar la pobreza.
Más ayuda el que no molesta.
Mejor corrase, tenga esa gentileza.
Disculpenme, señores, si no me sorprendo ya por nada.
Por estas calles de la vida
he visto desfilar las más inverosímiles mentiras.
Mentiras con nombre y apellido y domicilio.
Mentiras disfrazadas de papel impreso.
Mentiras en la voz y en el silencio.
Disculpenme si todavía soy
de los que creen
que la palabra transforma
y que se pueden sacar los pies de la bosta.