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domingo, 13 de diciembre de 2009

Ana María

Ana María había ido a misa como todos los domingos. Aunque ese no era un domingo común. En la misa del fin de semana anterior, en los avisos parroquiales, habían informado que un grupo de la parroquia estaba organizando una campaña para llevarle juguetes y ropa a los niños de escasos recursos de la isla, los hijos de nuestros hermanos pescadores, y así todos pasaríamos una "¡Feliz Navidad!"
Ella, como buena católica, no hizo oídos sordos al llamado del Señor y se puso de inmediato a revolver entre los trastos viejos que tenía amontonados en el depósito de su casa.
Encontró unos cuantos zapatos viejos que se había olvidado de tirar, ropa en desuso de sus nietos y algunos juguetes medio averiados pero, ¡peor es nada!. Esa gente debía estar agradecida con tanta generosidad -pensó-. Así que juntó toda la mugre hallada en una bolsa de consorcio negra y esperó ansiosa el día en que haría su gran acto de caridad.
Ese domingo había amanecido espléndido, con un sol radiante y un calor agradable.
Ana María se levantó temprano para tener tiempo de elegir la ropa, las joyas y arreglarse adecuadamente para la ocasión.
Ya se imaginaba la cara de las otras al verla bajar del auto con semejante bolsa. ¡Se iban a morir de la envidia! Y ella, impecable, obviamente.
Llegó justo a la 10:15 A.M. Quince minutos antes de la Santa Misa. La desilusionó que, al llegar, no hubiese nadie en la puerta más que una mujer escuálida con dos niños, uno recostado en su regazo y otro mamando de su pecho. La mujer escuálida con sus hijos también escuálidos estaba sentada en la escalinata principal pidiendo limosna.
Cuando pasó Ana María a su lado, toda altiva y reluciente en oro como una reina egipcia, la mujer alzó sus ojos lastimosos y le pidió una moneda para poder comprarle leche a sus hijos. A lo que, Ana María, ya iracunda, inquirió desde su altivez:
-¿Y el padre?
-No tienen, doña. Nadie me ayuda.
-¡Cómo no van a tener! -exclamó exaltada- ¡Así que te gusta lo dulce pero no te aguantás lo amargo! Decime, ¿Cuántos años tenés?
-Veinte, doña.
-¿Ves? ¿Ves lo que te digo? Encima sos joven. Yo no te voy a dar nada. Andás de loca pero no te da vergüenza pedir. Andá a trabajar, no seas vaga.
-Es que no me dan trabajo...
Ya Ana María había dado por terminada la conversación y no la escuchaba. Ofuscada entró a la parroquia renegando con la bolsa hasta que vislumbró a los misioneros que estaban recolectando las donaciones y se acercó con una sonrisa enorme en los labios.
Uno de los muchachos recibió la bolsa y la bendijo por su buen corazón.
Misión cumplida, dio media vuelta para ir a sentarse. La misa estaba por empezar y tenía que poner su mejor cara de estampita de Santa Teresita y adecuar sus gestos al rito.
Esta vez, oyó la misa con una satisfacción que no podía explicar. Realmente ella era una mujer de bien y como dijo el sacerdote en el sermón "debemos acordarnos de nuestros hermanos pobres y recordar que Nuestro Señor Jesucristo nació pobremente en un establo". Eso último la enterneció muchísimo. "Sí, todos somos hermanos", pensó y se sintió inmensamente satisfecha consigo misma.
Al finalizar la misa, se acercó a la capilla menor donde estaba expuesto el Santísimo Sacramento a rezar como hace la gente devota. Se quedó unos reglamentarios 5 minutos para aparentar devoción y se le ocurrió ir a ver cómo había quedado el salón parroquial que habían construido con la cooperación de todos los feligreses gente de bien como ella.
El salón era enorme. Tenía 100 metros cuadrados, con mesas y sillas como para que estén cómodas unas 400 personas, ventiladores de techo, buena ventilación, etc.
Este fin de año, iban a hacer un gran evento social con la gente de la comunidad más destacada. Iba a ser una fiesta importantísima en la que podría codearse con los sacerdotes, el obispo y los más distinguidos apellidos de la ciudad. Al fin tenían un salón acorde a sus necesidades sociales.
Al final del pasillo al costado del salón, que daba al fondo de la parroquia, había un montón de gente haciendo cola y se acercó para ver. Le llamó la atención tanta cantidad de gente en el fondo detrás de la iglesia.
Al acercarse, vio niños descalzos y desnutridos agarrados de sus mamás, hombres asidos a sus muletas, a uno le faltaba una pierna (un excombatiente, tal vez), ancianos y ancianas que no podían casi tenerse en pie. Una viejita con las piernas ulceradas y sin un diente estaba sentada en el piso apoyando la espalda contra la pared. Los demás se acomodaban como podían: parados, sentados, recostados contra el muro. Estaban esperando la comida del comedor comunitario apiñados en el pasillo.
Las mujeres de la cocina les pasaban con indiferencia un mendrugo y un plato de harina de maíz hervida con algunas verduras mezcladas. Nadie hablaba. ¿Para qué?
La mujer con los niños de la escalinata, ahora se encontraba allí y le daba de comer a la anciana de las piernas ulceradas mientras las moscas le revoloteaban sobre las heridas.
Ana María sintió tanta repulsión que salió huyendo. Mientras huía pensó que por suerte el salón estaba bajo llave sino se hubiese podido meter esa gente. También la asqueó la comida, ella ni a sus perros les daría eso.
Para calmarse y aprovechar el sol lindo del mediodía de diciembre, decidió volver a su casa caminando. De camino, vio venir frente a sí a un hombre muy desaliñado según su juicio. Temió que quisiera robarle y cruzó de vereda acelerando el paso.
Por fin llegó a su casa. Se sintió restablecida cuando entró y vio a su marido que la estaba esperando para almorzar. Ambos se sentaron a la mesa y le ordenaron a la muchacha que sirviera el almuerzo.
-¿Llevaste los donativos a la parroquia?
-Sí. Me lo agradecieron muchísimo.
-Eso hace la gente de bien.
Almorzaron alegremente.

sábado, 10 de octubre de 2009

Amanda y el bailarín (III y final)

Amanda no podía creer que su escenita histérica había dado tan óptimos resultados. Estaba emocionada. Amadeo la sostenía del brazo como para retenerla. Por consiguiente, para que la emoción sea completa, ella se movía suavemente hacia adelante y hacia atrás, en un vaivén dulce simulando falsas fuerzas para huir. Al fin, desistió y se quedó quieta diciendo:
-¿Qué quiere?
-No se vaya. Se lo ruego. Es menester que antes me responda algo. Si no lo hace, sufriré la angustia de la duda por el resto de mis días.
"Definitivamente, este hombre está loco" -pensó Amanda-. Una cosa era un poquito de juego histérico y sano coqueteo pero de ahí a darle tanta importancia como para meter la frase "el resto de mis días", eso sí que era otra cosa muy diferente.
-Digame...-suplicó la dama con el vértigo de la duda, el susto y la ilusión en la voz.
Él la soltó. Bajó la vista. Titubeó un poco y arremetió finalmente.
-¿Por qué le tiemblan las nalgas? Es algo que yo jamás había visto en mi vida.
Bueno. Convengamos que no era la mejor salida verbal del caballero danzarín pero, después de todo, realmente estaba intrigado.
Ah! ¿Eso? -sonrojada hasta lo blanco de los ojos-.
-¿Y?
-¡Epa! ¡No me apure, eh!
-Disculpe. Es que soy un tanto ansioso.
-Está bien...En realidad, no sé. Es decir, desconozco la causa metabólica del caso. Sé que me pasa cada vez que estoy nerviosa. A algunos les transpiran las manos, otros quedan mudos, a otros les tiembla la voz. A mí, en cambio, me tiembla la cola.
-Entiendo.
-¿Qué entiende?
-Que usted estaba nerviosa en mi camarín. Lo que no sé es porqué. -Inquirió-.
Amanda se quedó muda, le transpiraban las manos y le temblaban los glúteos. Encima de no poder disimularlo tampoco podía explicarlo.
El bailarín había bajado de una vez por todas de su nube de vanidad. La miró y la vio con los ojos de un hombre sin pasado y sin futuro, un hombre normal.
Pareciera que le gustó lo que descubrió porque sonrió cálidamente y tomándola de la mano con fervor le dijo:
-¿Y si la invito una copa? Tal vez se le asiente el... pulso...
-Seguramente. Será un placer acompañarlo.
Amadeo le ofreció el brazo que ella tomó delicadamente. Mientras daban sus primeros pasos coordinados, simultáneos y en la misma dirección de aquí en adelante, Amanda sugirió:
-¿Y si se viste?
Ah! ¿Eso? Puede ser...

FIN

lunes, 28 de septiembre de 2009

Amanda y el bailarín (II)

-Soy Amanda...-respondió casi susurrando.
En los siguientes cinco segundos que siguieron al acto de contestar, mientras empezaba a empujar la puerta haciendo crujir las bisagras, a medida que se iba ampliando la visión interior de la habitación hasta que la abrió por completo, Amanda, con varios corazones galopando en su pecho, en sus sienes y en sus nalgas, deseó y temió que ante su abrupta entrada en el recinto, el bailarín no alcanzara a cubrirse y así verlo desnudo y descubrir, al fin, sus partes íntimas.
Pero, no.
Amadeo aún se encontraba con el traje de Acteón -lo cual no era mucho decir- quitándose el maquillaje frente al espejo. Se dio vuelta rápidamente al sentir la intromisión y la miró con cara de póker y aire superior.
-¿Qué necesita, señorita?
-Conocerlo y...que me conozca.
-... -mirando el escote fijamente.
Ella se sonrojó y sonrió cándidamente. Él se apoyó en el respaldo de una silla, se cruzó de brazos y la miraba provocador desde su superioridad. Con la debida atención, Amanda prosiguió.
-Tengo una duda...
-Digame, pues...
-Yo adoro el ballet. ¿Sabe? Y le quería preguntar acerca de algo que me tiene intrigada desde hace años. Se trata de una técnica particular...-Amadeo la interrumpió.
-Mire, señorita, me parece que si quiere perfeccionar alguna técnica de ballet sería más conveniente que hable con alguna de las bailarinas. Ellas la van a poder instruir mejor sobre técnicas de baile femeninas.
-No, no,no. Yo no soy bailarina. -"Sin duda", pensó Amadeo, "con ese escote y esas posaderas"-Además, mi duda es sobre una técnica masculina.
Ahora el intrigado era él.
-Dígame, pues, entonces.
-¿Cómo hacen los bailarines para que el bulto les quede así, tan centrado y simétrico?
Al bailarín se le salían los ojos de las órbitas de los ojos. Parecía un dos de oro y parecía que iba a explotar.
-¡¿Usted está loca!?-exclamó indignado encubriendo su perplejidad acartonada- ¡¿Cómo se le ocurre preguntarme semejante cosa?!
En realidad, no era para tanto lío. Como buen artista quería guardar las apariencias y no estaba dispuesto a que sus admiradoras lo intimiden con preguntas en vez de adularlo sin parar. Por otro lado, nada le hubiese costado explicarle cómo se tiraba del escroto para cubrir el miembro y así formar un bulto impecable, centrado, sin caídas azarosas hacia un lado u otro.
Dentro del desconcierto de quien tiene pautada cada una de sus acciones, para zafar prontamente de la situación pero sin dejar de mirar ese valle profundo entre los senos de la señorita, Amadeo propuso:
-Hagamos algo. Le firmo un autógrafo y se va.
-No quiero un autógrafo.
-¿Qué quiere, entonces?
-Un beso.
El bailarín la invitó a acercarse con un gesto. Ésto ya se asemejaba a lo acostumbrado. Podía manejarlo en puntitas de pie.
Amanda se acercó lentamente. Le temblaban los glúteos como cada vez que algo la ponía nerviosa. Sus pechos zigzagueaban al compás de su movimientos. Las pupilas de Amadeo zigzagueaban al compás de los pechos de Amanda. Puso su mejilla a unos dos centímetros de la mejilla de él. Inspiró fuerte para sentir su aroma a hombre, a sudor artístico, ¿a crema desmaquilladora? (al fin y al cabo, no era un futbolista, no?). Inspiró y guardó en su memoria olfativa aquel ADN para siempre.
Entre tanto, Amadeo inspiraba el perfume que se elevaba desde el escote de Amanda. Ese escote que se abría a las fosas nasales del bailarín como los pétalos de una rosa primaveral salpicada por el primar rocío de la mañana. Esperaba el beso. Anhelaba ese beso adormilado por el perfume de la fémina pero ... no llegó.
Amanda retiró su rostro rápidamente rompiendo el halo de magia del ambiente sin llegar al ósculo.
La turbación de Amadeo no podía ser mayor.
-¿Qué pasa?-preguntó, acobardado ya.
-Usted no me conoce. Ese beso no valía nada para usted. Entonces, tampoco valía para mí. Si alguna vez desea conocerme, hágamelo saber.
Sin una palabra más, Amanda dio media vuelta y se marchó.
Amadeo no reaccionaba. De hecho, parecía que no iba a reaccionar nunca. Después de unos instantes que parecieron un lustro, corrió hacia la puerta, se internó en el pasillo, corrió, voló, volvió a correr, la encontró y, tomándola de un brazo, le dijo:
-Por favor, espere.


Continuará...

lunes, 21 de septiembre de 2009

Amanda y el bailarín (I)


Ella lo admiraba secretamente, apasionadamente, como suelen admirar las admiradoras a sus artistas admirados.
Más de una noche, y una que otra tarde, y una que otra mañana, soñó con su encuentro. Sí, no sólo quería verlo actuar, verlo bailar, flotar, volar en el escenario domesticando, domando, sometiendo la gravedad; también había soñado con ese primer saludo. Sin duda iría a saludarlo junto con el público a la salida del teatro.
Aunque ese no era un buen plan. En sus largas horas de ensoñación ella no era una admiradora más. Una parte más de la masa amorfa que en el imaginario del bailarín se simbolizada con el nombre de "público".
Amanda había esperado durante años este día. Mejor dicho, esta noche. Esa noche asistiría a la función que la compañía de ballet del bailarín Amadeo Joreutés daría en el teatro de la ciudad.
Se sentó en la mejor ubicación que consiguió: platea, tercera fila, ni muy cerca porque no se puede apreciar, ni muy lejos porque no se ve, al centro para abarcar todo con la mirada. Sintió un leve cosquilleo en su estómago y en otras partes. Empezaron a bajar las luces. Un timbre. La oscuridad. El silencio. La agonía. La música al fin y aparece Amadeo volando como un ángel endemoniado flotando sobre la música.
Amanda era transportada al séptimo cielo en cada pirueta del bailarín. Y esos músculos todos marcados. Todos. Hasta los hubiese podido contar si quisiera. Y ese culito apretado marcado perfectamente por la mínima calcita translúcida. Sin duda tenía una buena ubicación.
La función terminó. Amanda lloraba emocionada. Amaba el ballet y al protagonista del ballet de esa noche.
¿La habrá notado entre el público? Seguramente, no. Se lo veía muy concentrado.
Esperó sentada un momento para ver en qué dirección corría su suerte. ¿Saldría a saludar?
No lo hizo.
Amanda, no podía dejar la cosas así. Lo tenía tan cerca. Hubiese sido una tontería esconderse en la vergüenza y el respeto a la privacidad.
Sintiendo cómo se le agolpaba el corazón en el pecho, se dirigió subrepticiamente hacia los camarines. Halló la puerta que ostentaba su nombre, "Amadeo Joreutés". Ya no había marcha atrás. Corroboró que todo esté en su lugar: el vestido entallado color borgoña, el escote generoso pero en proporciones idénticas, las medias sanas, el maquillaje perfecto, la sonrisa dulce y, luego de aclarar la voz, golpeó la puerta diciendo:
-¿Perdón?...
-¿Si? -se oyó del otro lado- ¿Quién es?


Continuará...

miércoles, 8 de julio de 2009

El gurisito

La mañana se presentaba hiriente de luz solar y frío húmedo, de ese que penetra los huesos.
La helada blanca cubría la llanura y quemaba los últimos pastos del invierno.
Raquel se levantó presurosamente, abriéndose paso entre un par de críos. Encendió el fogón con los dedos entumecidos y luego hizo su pis matinal en la bacinilla con un chorro humeante, ¡casi una burla!
Ramiro, su marido, le hizo una caricia automática en la cabeza con las manos ajadas de peón de estancia. Salió corriendo al patio del rancho y llenó la pava con agua escarchada. La puso encima del fuego a calentar y aprontó el mate.
Mientras, Raquel, revolvía pacientemente la bolsa del pan recogiendo amorosamente los pocos fragmentos de pan que quedaban, miró a su esposo con un sincero gesto de costumbre. Él ni lo notó. No la miraba ya.
La pava negra empezó a humear sobre el fogón. Ramiro la agarró con un trapo para no quemarse y apuró el mate para entrar en calor.
Se sentaron en el piso de tierra bien cerquita del fuego. Raquel tenía los ojos hinchados por la falta de sueño. A la vez que le alcanzaba un pedazo de pan seco a su marido, le preguntó:
-¿Qué hacemos?
-No sé...(un largo y doloroso silencio). Yo, ahora, me voy a la estancia y pido al patrón plata adelantada. No puede ser que no haya cristiano que no se ablande con una criatura...
-Pero, si ya le pediste y te dijo que no...
-Pero voy a volver a intentar... no queda otra. Si no el gurí se nos muere...
Raquel lloraba lágrimas mudas. Hacía rato que el más chiquito ardía en fiebre, días y días. El rancho frío y los trapos para dormir no alcanzaban para calentar a un chiquito de meses. Más la falta de comida. Seguramente por eso se había enfermado. Si al menos aún tuviese leche para amamantar. Pero no. La debilidad los había alcanzado a todos y este invierno parecía ser más crudo que los anteriores en el campo del Paraje La Verbena.
Ambos tomaban mate y tragaban anudando la angustia en sus gargantas. El patrón, su estancia, las vacas todas gordas. Muchas vacas tenía el patrón. Ellos todos flacos flacos. Ramiro se curtía con el sol, el frío, el trabajo y el dolor, de sol a sol, cuidando las vacas del patrón por dos pesos locos de vez en cuando. Y pensar que sus cinco hijos casi no veían la carne. Cansado de ver cómo su familia cortaba el hambre con mate cocido y tortas fritas muchas veces, con aire las más. Le rodó por la mejilla curtida una lágrima mal disimulada. Ya no podía mirar a los ojos esa mujer tan delgada y abatida por el hambre y la amargura trasnochada. Y él, el hombre de la familia, el padre, ni siquiera podía alimentar a los "gurises". Si al menos tuviese unos pesos para llevar al chiquito al pueblo para que lo vea un médico.
Algo se movió bruscamente en el revoltijo de trapos, mantas y críos. Era el más pequeño. Se retorcía en convulsiones por la fiebre.
La madre lo tomó en brazos y lo abrazó tiernamente, tratando de curar todo dolor con su inmenso amor.
-Ya... mi chiquito...ya pasa...
Mas, no fue suficiente.
El esposo se llegó a su lado casi arrastrándose. Una nube negra le atravesaba los sesos de poca escuela y mucha vida castigada. El entendimiento le decía cosas que no tienen palabras.
Dos convulsiones y el niño dejó de respirar.
De rodillas, en el rancho de barro, con su hijo muerto en brazos, los padres rezaron el peor de los silencios en un mundo, para siempre, ausente de Dios.

lunes, 11 de mayo de 2009

El pez que no conocía a nadie como él



  Había una vez un pececito que vivía en una pecera preciosa. Su dueña era una niña muy buena y amorosa que lo cuidaba mucho mucho pero que se daba cuenta de que su pececito estaba cada vez más triste.
  El pececito se sentía triste porque no conocía a nadie como él. Creía que era el único pez en el mundo y lamentaba no poder compartir su nado con nadie más. Soñaba con un lugar inmenso lleno de agua y muchos peces como él.
  Un día, la nena, viendo que su pez se moriría de tristeza si no hacía algo, decidió que, aunque lo extrañaría un montón, lo mejor era llevarlo al mar.
  Así fue como, después de un fuerte abrazo a la pecera, lo echó al mar. ¡El pececito no lo podía creer! Sus sueños se habían hecho realidad.
  Miró hacia atrás y vio a la niña que entre lágrimas y sonrisas lo saludaba. Alzando una aleta, la saludó por última vez (se le escapó una lágrima de aire) y, lleno de felicidad, se internó en el mar y nadó y nadó con todos los peces del océano. 
  Ya no volvió a ser único ni especial ni nunca más se sintió solo.

Idea original: Viviana
Colaboración y sugerencias: Ayelén
Escritura:  Viviana
Ilustración: Ayelén

viernes, 1 de mayo de 2009

Amanda se agachó


  Recibí este premio de mi amiga Mariela, el cual agradezco enormemente y al cual trataré de hacer honor con mis palabras. Si bien detesto que me manden a laburar y nunca escribí por encargo -menos gratuitamente- considero que esta puede ser una experiencia enriquecedora cuando no curiosa, al menos.
Todo este preámbulo se debe a que las reglas del premio son:
Hay que escribir un cuento, poesía, poema, definición o lo que quieran que incluya las palabras: vidaamorliteraturasexoviaje,cine.
Pasarlo a 6 blogs de mujeres. Mostrar el link de todas y avisarles a cada una en su blog.

Bien, a ver qué sale:

           Amanda se agachó
   Amanda resolvió irse de vacaciones por prescripción médica (no solía decidir por sí misma). Sería una buena oportunidad para desestresarse, olvidarse de los alumnos que decía amar pero por los cuales recurría al psiquiatra con asiduidad como la mayoría de los docentes. Sea como sea, ningún docente va a reconocer que no se trata de su vocación la enseñanza pero tampoco reniegan de las licencias por baja psiquiátrica.
  Después de todo, ir a la playa y poder degustar de esos libros de literatura que desde que tenía memoria venía postergando, bien valía una licencia.
  Así es que emprendió el viaje hacia el norte, más precisamente hacia Brasil. Aunque, como se trata de una señora profesora, de una persona seria, sus planes de fiesta carioca se limitaban a playa, mp3 y libros. Por si no lo sabían, la gente seria, ni hablar de los profesores y ni qué decir de las "señoras profesoras", no tienen sexo.
  Mientras con Anita Perichon todos juegan a saber la influencia de sus prácticas sexuales en la historia política latinoamericana, ¿nunca a nadie se le ocurrió establecer una causalidad entre el no-sexo y la creciente deserción escolar?
  Habiendo tantos alumnos con 18 años cumplidos y estos problemas sin resolver... no se puede creer.
  Amanda llegó a Florianópolis munida de su equipo de vacaciones: protector solar, mate, galletitas, malla enteriza, ojotas, sombrero, antejos oscuros, esterilla, mp3 y libros.
  -¡Carajo!, ¡cómo quema la arena!- Fueron sus primeras palabras desestresantes.
  Mientras se agachaba para acomodar la esterilla de una forma no muy elegante, vislumbró a una distancia para nada desagradable la presencia del amor de su vida -así lo habría redactado en sus cartas a sus compañeras docentes para que compartan en los días institucionales o las reuniones plenarias  que tan constructivas son, su felicidad-.
  Se acercaba hacia ella un morocho brillante, con cada músculo marcado, muy , muy morocho, sudado con una sonrisa de dientes blancos relucientes y parejos.
  Le preguntó si necesitaba ayuda. Ella no alcanzó a articular palabra, apenas un gesto asertivo.
  Él hablaba con fluidez y se ofreció a pasarle el bronceador por la espalda. Amanda se olvidó de los libros.
  Rápidamente acordaron volver a verse esa noche.
  El calor le estaba cambiando la conciencia. Jamás habría acordado una cita tan rápidamente en Argentina, ella que es una señora, perdón, una señorita profesora seria. Se desconocía pero se gustaba, algo que antes nunca le había pasado.
  El morochazo también le gustaba y mucho, mucho.
  Llegada la noche ya se había desembarazado de la antigua Amanda y no tenía límites. Todo su cuerpo palpitaba frente a este hombrazo que no hacía más que sonreírle y buscar excusas para rozarla. Así que, después de una exquisita cena en la que hablaron -sin llegar a comunicarse mucho- cosas que nadie recuerda ni le importan, fueron al cine. 
  Un roce, otro roce, una sonrisa cada vez más brillante en la oscuridad, un beso, otro beso. Un gesto muy leve del muchacho. Una caricia sobre el cabello de ella, una suave inclinación,  y sin más titubeos, Amanda, en un viaje sin retorno a la lujuria,  le hizo sexo oral en el cine al amor de su vida.
  Desde entonces, son inseparables. No hablan mucho porque ella no entiende mucho portugués. Pero ella está totalmente desestresada y feliz. No trabaja más de docente y no se lamenta por ello para nada. En los tiempos libres, en su mansión, lee los libros de literatura que siempre quiso leer mientras espera que su morochazo vuelva de predicar en la Iglesia Universal.
  Amanda dejó de sufrir.

FIN

Ahora, las nominadas son:

Gabriela de "Otra Primavera",las chicas de "La MalaMadre", mi tocaya Vivy de "Ozozo", Classina P. de "Mi villada", Violeta de "Vida Borderline", Persis de "Entre la vigilia y el sueño, la pasión..."

Ya están las 6 notables nominadas, todas muy femeninas y muy inteligentes. Con sus muy merecidos premios. Ahora espero sus textos.